martes, 23 de marzo de 2010

“OTRO MUNDO” ESTÁ AHÍ


No lo vemos. No se puede tocar. No se puede aprehender. Y sin embargo está ahí. Lo baña e impregna todo y todo lo trasciende. Sin él, el mundo físico, mental y aún espiritual en el que uno se mueve no tendría la menor consistencia.

El mundo del que hablo es pura sabiduría; es armonía, vida y orden perfecto. Es el mundo que vale, el mundo “verdadero” y verídico. Está íntegramente habitado por la Presencia de lo divino; es el que da sentido, vida y luz a nuestro mundo material, y de él nos viene la esperanza y el anhelo de inmortalidad.

Es él que se deja entrever en nuestros sueños más hermosos, en nuestras utopías, en las sorprendentes intuiciones de los niños, de los poetas, de los genios, de los artistas, de los sabios, de los profetas, de los místicos y de los santos. Es el mundo que irrumpe únicamente en las profundidades de lo que llamamos el “verdadero yo”. Es el mundo sobre el cual Fra Angélico, Bach, Mozart, Matisse, Gauguin y tantos otros parecen haber tenido una ventana. Es el mundo al cual visiblemente pertenecía Jesús, al cual él llamaba “el Reino” y por el cual dio la vida. Es un mundo de pura libertad y gratuidad que irrumpe gracias a la presencia activa de Jesús resucitado en medio de hombres y mujeres que han apostado a seguirlo y cuyo movimiento busca prolongar en la historia y difundir por el mundo su pensamiento, su visión, su espíritu, sus sentimientos, su compromiso y su manera de vivir.

Si ese mundo no existiera, el mundo en que uno se mueve no sería más que los restos de un barco navegando en el vacío. O de un gran globo incapaz de inflarse y de alzar el vuelo.

Ese mundo existe. Él es como las “aguas amnióticas”, luminosas e hirvientes de vida, en las que se remoja mi mundo de tierra y de carne.

Es a ese mundo que las aguas del bautismo, el pan y el vino eucarísticos y el amor entre los humanos abren las puertas.

Ese mundo no está lejos. Está muy cerca. Está dentro de todos. Está allí como el aire que soporta en su vuelo las alas del pájaro.

Jesús lo llamaba “el Reino”. Y decía: “Ha llegado en medio de ustedes”.