martes, 25 de mayo de 2010

“SEÑOR”





“Cristo” y “Señor” son títulos muy serios que se dieron a un muchacho del pueblo, a un pobre amigo de los pobres, a un apasionado de la justicia, de la libertad y de la compasión; a un hombre sin armas, con absoluta fe en su Dios y que, pese a mucha adversidad, creyó con tesón que su proyecto de Reino terminaría por llegar y se extendería por todo el mundo.



Durante mucho tiempo la mayoría de los pueblos sobrevivieron sometiéndose de manera absoluta a sus señores. Señores guerreros, rodeados de matones rastreros dispuestos a todo para servirlos. Señores despiadados, crueles, tiránicos, sanguinarios. Señores que, pretendiéndose investidos por el poder de los dioses, aseguraban a sus sujetos-esclavos la ilusión de ser los mejores, los más fuertes, los más respetados y los más temidos de la tierra, y de ser llamados a dominar al mundo. Los pueblos oprimidos y bien domesticados vivían sólo de las migajas caídas de la mesa de sus señores, pero estaban orgullosos de ellos. Morían de buen grado por sus amos.



Todavía existen, en nuestros días, regímenes de esta naturaleza: por ejemplo los señores tribales de Afganistán, los reyezuelos africanos, los dictadores de opereta que han abundado en América Latina… Son un buen ejemplo los jefes de las mafias, de las pandillas, de las maras: hasta en las cárceles se los tratan como reyes. Desde su celda, a menudo de lujo, continúan dirigiendo sus tropas con total impunidad y conduciendo los golpes que engrosan sus fortunas. Se manejan con el miedo y no tienen la menor piedad. De hierro es su ley.



Ése es, de un tirón, un bosquejo del “mundo” tal como ha prevalecido hasta recientemente por casi toda la tierra y todavía perdura en muchos rincones de nuestros países supuestamente “libres” y “civilizados”, y en varios otros países del planeta.



Proclamar a Jesús como “Señor”, significa darle la espalda a ese mundo brutal y optar por otro mundo, otro sistema, otra manera de organizarse, de gobernarse, de vivir en sociedad. Optar por un mundo verdaderamente humano que se apoye en lo humano y se construya con medios humanos.